Existen ocasiones en las que personajes de lo más importantes acaban pasando totalmente desapercibidos, en la actualidad pocos son los que conocen su nombre sin embargo nuestro protagonista fue el valenciano que entronó al rey Juan Carlos I.
La historia que contamos hoy ocurrió el 27 de noviembre de 1975, sin embargo para conocer a la perfección la proporción de esta historia, debemos retroceder muchos años atrás, concretamente a el 25 de noviembre de 1945.
Ese día, en la iglesia de El Salvador de Burriana fue ordenado obispo de la diócesis de Solsona, Vicente Enrique y Tarancón. Vicente había nacido un 14 de mayo de 1907 en aquella ciudad donde recibió ese día su primer obispado.
Tenía en aquel momento 38 años, por lo que se convirtió en el obispo más joven de España y pese a encontrarse el país en una dictadura, Vicente nunca se mostró mínimamente partidario de la dictadura franquista.
En 1950 publicó una pastoral que llevaba de título “El pan nuestro de cada día, dánosle hoy”. La publicación de esta pastoral supuso un primer enfrentamiento entre el eclesiástico valenciano y el régimen franquista.
En esta pastoral se mostró duró con las políticas que hacían que la gente no tuviera lo necesario para poder vivir dignamente, criticaba la violencia de los vencedores y la corrupción de los jerarcas. Decía así:
“Para quien tiene dinero abundante, y no son pocos los que se han enriquecido desaforadamente en estos últimos años, no existen privaciones (…) Pero esas risas y esas alegrías de unos no pueden acallar los clamores de la muchedumbre que sufre hambre y que vive en la miseria. También hoy existen, entre nosotros, muchos niños que piden pan y nadie se lo proporciona.
Hay muchas familias que carecen de los alimentos más indispensables. Hay muchos padres que no pueden dar pan a sus hijos siempre que se lo piden. La mayor parte de los obreros tienen hambre de pan y carecen de muchas cosas necesarias. Los alimentos de primera necesidad no se racionan en cantidad suficiente ni con mucho, para atender a las necesidades de las familias.
Y aunque a precios elevados no resulte difícil encontrar pan en abundancia y los demás alimentos, los obreros, los empleados, casi todos los que viven de un jornal o de una nómina, no pueden adquirir esos alimentos a los precios exorbitantes a que los ha puesto el egoísmo de muchos. (…)
Todos los que ejercen algún cargo o tienen alguna responsabilidad o alguna preeminencia social deben dar ejemplo de austeridad, de honradez, de espíritu de justicia y caridad. Porque ¿con qué derecho y, sobre todo, con qué fuerza van a imponer y van a exigir a los demás la austeridad y la honradez si ellos no la practican?”
Según el propio valenciano, esta pastoral habría sido la razón por la que había estado 18 años como obispo de Solsona, algo totalmente extraño, ya que para que os hagáis una idea, entre el momento en el que fue nombrado para su segundo obispado y el tercero, tan solo pasaron 5 años y entre el tercero y el cuarto solo pasaron 3 años.
El trabajo del valenciano lo situó como una persona que no era muy favorable al régimen franquista, ya que entre otras muchas cosas, se atrevía a criticarlo y a oponerse a él, como ocurrió en 1974, cuando Vicente, como máximo representante de la iglesia en España, salió al auxilio del obispo de Bilbao Antonio Añoveros.
Añoveros había sido expulsado de España después de ser acusado de atentar contra la unidad nacional, por una de las homilías que había leído en una de sus parroquias, llegando a insinuarse que podría ser partidario de ETA.
La actuación del valenciano consiguió que Añoveros pudiera permanecer en el país sin necesidad de retratarse de las palabras que leyó. La visión que la gente común tenía de Vicente tampoco era muy buena, en 1973 durante el entierro de Carrero Blanco, fue increpado a gritos de “¡asesino!” y “¡Tarancón, al paredón!”.
Del mismo modo, desde 1973 Vicente había sido uno de los principales responsables de la separación entre la Iglesia y el Estado, ya que en ese año se firmó el documento La Iglesia y la Comunidad Política, por el que la Iglesia reafirmaba su independencia respecto del poder político y renunciaba a estar presente en las principales instituciones del franquismo.
Con todo esto llegamos al 3 de diciembre de 1971, momento en el que fue nombrado obispo de Madrid, en cuyo cargo fue el responsable de entronizar al rey Juan Carlos I.
Favorable al monarca desde el primer momento al que consideraba como un elemento clave en la formación de un sistema democrático en España y el 27 de noviembre de 1975, fue el encargado de celebrar la “Misa de Espíritu Santo”, en la Iglesia de San Jerónimo el Real de Madrid.
En aquella misa en la que fue entronizado el nuevo rey, Vicente realizó un discurso crucial para la transición española, en el que hizo hincapié en que Juan Carlos, debía ser el rey de todos los españoles, independientemente del pensamiento de cada uno de ellos.
“Que sea vuestro reino un reino de vida, que ningún modo de muerte y violencia lo sacuda, que ninguna forma de opresión esclavice a nadie, que todos conozcan y compartan la libre alegría de vivir, que sea el vuestro un reino de justicia, en el que quepan todos sin discriminaciones, sin favoritismos, sometidos todos al imperio de la ley y puesta siempre la ley al servicio verdadero de la comunidad.”
El trabajo de Vicente sin embargo no terminó en aquel momento, continuó trabajando para lograr la separación de la Iglesia del Estado, algo que finalmente consiguió el 28 de julio de 1976 con la firma del Acuerdo Básico, por el que la Iglesia recuperaba la libertad para nombrar obispos a cambio de perder la inmunidad que le confería el Fuero eclesiástico y el 3 de enero de 1979 con la firma de cinco acuerdos parciales que suponían el definitivo desmantelamiento del Concordato de 1953.
No pudo haber en España, una persona más ideal y capacitada para entronar al rey y pronunciar aquel discurso, que el valenciano Vicente Enrique y Tarancón.